Hay ciudades a las que podemos volver y volver a lo largo de toda nuestra vida. Imagino que en algunos casos esos enclaves coinciden en la mente de todos. En la vieja Europa tenemos algunas de esas ciudades eternas como son por ejemplo las míticas París, Londres, Roma, Venecia o Berlín. Casualmente son ciudades a las que he regresado de forma continuada durante los diversos viajes realizados la pasada década. Lugares especiales de los que guardo diferentes recuerdos por diversos motivos y experiencias. La semana pasada pude reencontrarme de nuevo con uno de esos grandes lugares, se trataba de París, una capital a la que no volvía desde que a los quince años la visité con mis padres y hermano.
En la presente ocasión se trataba de un viaje diferente, estuve invitado por Vueling en su programa #MyVuelingCity . Se trata de un proyecto en el que invitan a varios bloggers y cada uno visita una ciudad determinada. Con esas premisas mi destino fue viajar 48 horas a la capital francesa,todo ello con el placer que produce poder estar a menos de dos horas de la tierra donde nací: Asturias.
Un viaje breve pero intenso que mitigaba una ausencia de dos décadas entre la ciudad y uno mismo. Un viaje a París para reencontrarme en la llamada ciudad de la luz con unos grises y fríos días otoñales que proporcionan un aura especial y fascinante.
El ilustre Hemingway ya nos dijo aquello de que «París era una fiesta». La vida y obra del genial autor norteamericano estuvo muy influenciada por sus estancias en la capital francesa. París, recreaba como tantas otras veces la vida de una ciudad que fue refugio y hogar de algunos de los intelectuales y creativos más importantes del pasado siglo.
Un alma y espíritu aquel que apenas ya existe y que como tantas otras cosas de la vida es más fruto del recuerdo y el pasado que de la actualidad. Una obra y bohemia parisina que entre otras cosas marcó parte de la vida cultural y artística no ya solamente de una urbe legendaria, sino también del mundo entero y de gentes diversas que oscilaban entre las élites vanguardistas y los refugiados políticos. La singular y personal belleza parisina siempre ha ido acoplada a un aura de ciudad romántica y cultural. Ya nos lo resumía perfectamente aquella legendaria frase de Nietzsche «Como artista, un hombre no tiene hogar en Europa excepto en París.»
A pesar de la belleza de la ciudad, tengo que decir que mis relaciones con París nunca han sido demasiado intensas. Tengo una mirada distante y apenas la reconozco más allá de los típicos lugares que millones de turistas sienten cada año. El aire distante y chauvinista de la gente en París nunca ha ido demasiado conmigo, aunque obviamente me abstraigo de ello , pues todos sabemos que siempre nos quedará París 🙂 .Pero esa cierta frialdad humana y arrogancia pronto se olvida, uno rápidamente encuentra consuelo ante la belleza de los lugares que aparecen en calles, plazas, parques y museos. Además de Hemingway hay otras dos grandes personalidades del siglo pasado que estaban parejas a la ciudad del Sena y de forma compleja a mi mismo, se trata de los geniales Robert Capa y Bruce Chatwin.
Capa fue aquel inolvidable genio que inmortalizó la tragedia de los conflictos bélicos con la muerte de un miliciano en la guerra civil española. Y al igual que Hemingway vivió como pocos aquellos tiempos de desmadre en el periodo de entre guerras. Fruto de aquella fascinante vida llegó a mis manos hace tiempo una obra que recuerdo ligada a mi década dorada de los años veinte, aquel libro de «Sangre y Champán» reflejaba maravillosamente la vida del incomparable fotógrafo pero también de la eterna París.
Por su parte, el inolvidable viajero inglés Bruce Chatwin tenía en París la tienda donde compraba las libretas negras que posteriormente se llamarían Moleskine en su honor. Unas legendarias libretas viajeras que me han acompañado a lo largo de mis viajes por el mundo. Así que como en otras ocasiones al ir a una ciudad tan masificada de turistas trato de abstraerme en rincones tranquilos y alejados del bullicio. Muchas veces intento recrearme con la memoria, la Historia, las ensoñaciones de la literatura y la propia belleza incomparable del entorno.
Debido a su propia fama lamentablemente no pude entrar en la legendaria librería Shakespeare and Company que se mantiene majestuosa frente a la catedral de Notre Dame. Pero debido a la magia de los encuentros inesperados tuve la suerte de descubrir nuevas librerías de segunda mano muy cerca de la ribera del Sena.
Allí , entre las bellas calles parisinas y bajo un intenso frío me encontraba fruto de la casualidad con uno de esos viejos templos del saber que son las librerías de segunda mano. Berkeley no era solamente el nombre de la vieja universidad californiana que albergó junto con París los mayores movimientos sociales y de protesta de la década de los sesenta. En pleno vagabundeo sin rumbo, el azar me llevaba de lleno a Berkeley Books una vetusta librería de segunda mano donde un viejo dependiente me recibía como si me encontrase dentro de una película de Woody Allen o Steven Spielberg.
Un viaje a París que me llevaría también con la compra de dos nuevos libros al tiempo histórico de la guerra fría. A lo lejos, como si de otra época fuera sentía el calor de los viejos libros mientras sonaba el incesante golpeo del viento contra los cristales. Estaba de nuevo explorando buscando tesoros escondidos entre viejas estanterías, volvía a la paz de una antigua librería que me permite siempre alejarme del bullicio de los grandes puntos turísticos de la ciudad.
Al pasar viejas páginas de libros antiguos me puse a pensar en lo que he experimentado durante las pasadas dos décadas. De Oviedo a París hay poco menos de dos horas de avión, pero allí uno celebraba los viajes y libros que han marcado parte de una vida. Camino y siento ahora de nuevo el frío final y los buenos recuerdos de un intenso amor que tristemente se esfumó. Al caminar siento la brisa gélida de un viento constante que me lleva a pensar en marcar nuevos horizontes que a día de hoy desconozco.
Paseo entre los viejos museos sin rumbo fijo para saborear en su esencia el placer de perderse en una fascinante ciudad. Llega la noche y veo las luces de la Torre Eiffel que siempre sirven de faro orientador al irse la luz del día.
Uno se siente maravillado ante la majestuosidad romántica del Sena y esas viejas calles que albergan cafés centenarios hacen a uno pensar en viejos amores. Camino siempre confundido atravesando inmensos boulveares que me llevaban sin mapa a parques que me producen paz y sosiego.
Arte, literatura, viaje , cultura y memoria unidos de la mano a través de una fascinante ciudad que nos sigue regalando mágicos instantes. Una vieja París que sigue siendo uno de esos eternos rincones que nos llevan siempre a viajar con el recuerdo y el amor…
Hoy la cita es : «Si tienes la suerte de haber vivido de joven en París, entonces durante el resto de tu vida ella estará contigo, porque París es una fiesta.» Ernest Hemingway