Los pasados meses de Mayo y Junio he estado varias semanas trabajando entre India y China. Cuando pisas alguno de ambos países suele ser una experiencia muy interesante e inolvidable, algo que no suele dejar indiferente a nadie.
Como en tantos otros lugares, la mirada de la primera vez suele ser muy diferente a la que tienes cuando regresas. En India y China eres además espectador de su rápido desarrollo, algo que nos permite poder ver y sentir algunos de los muchos cambios que están experimentando.
Los dos países están inmersos en un proceso de crecimiento económico y en el desarrollo social de una clase media emergente, situación que les afecta a ellos mismos como país, pero también al mundo en su conjunto.
Para el que esto escribe, tanto India como China son dos de los países más fascinantes y contradictorios de nuestro planeta, dos civilizaciones antiguas que se asoman a toda velocididad al siglo XXI y que lo hacen con la coraza de país emergente, apoyado todo ello por el crecimiento imparable de sus economías y por el mayor peso que tienen en el tablero internacional.
Regresar a India y China es una fuente de aprendizaje continuo , además de un constante estímulo a los sentidos. Pese a los números favorables que dicen las estadísticas macroeconómicas, los dos países están inmersos en una transformación que se enfrenta a enormes problemas sociales y ambientales.
Con sus grandezas y miserias, India y China nos ayudan a entender muchas cosas y nos permiten ver la emergencia de una nueva clase media asiática con impacto global, algo que tendrá una importancia clave en el discurrir del presente siglo.
En mi caso, debo decir que cada vez valoro y me gustan más los regresos, es gratificante la sensación de mirar de nuevo los lugares y paisanajes en los que ya he estado.
Regresar me permite ver los diferentes cambios que se han ido produciendo en el devenir del tiempo, tanto en los enclaves geográficos como en los humanos, y todo ello también me ayuda como no a ver el paso del tiempo en uno mismo.
Mientras Hong Kong ejerce de HUB financiero-comercial global desde hace décadas, Mumbai y Shanghai son las segundas ciudades de sus respectivos países, y aunque no gozan de la capitalidad burocrática de Delhi o Beijing, obstentan dos características comunes, son ciudades portuarias que están abiertas al mar y que tienen un papel crucial en el comercio del país y por ende del mundo.
Como tantas otras ciudades, ya desde hace siglos, su privilegiado enclave geográfico les ha hecho participes del intercambio de ideas y bienes, sus costas han visto como gentes venidas de lejos intentaban ejercer antiguos oficios como los del comerciar o predicar.
A poco que uno mire, se puede encontrar con las contradicciones de una multiculturalidad difusa que trae el recuerdo de un pasado marcado por el comercio. En mi caso, no son pocas las veces que camino por las calles de dichas ciudades creyendo ver las ánimas de marinos, religiosos, aventureros y comerciantes que vinieron de muy lejos.
Uno tiene el privilegio de viajar y poder fabular al mezclar la historia y los libros leídos con un presente en que las luces de neón nos muestran un fascinante mundo en compleja transformación. Así que cuando regreso a Hong Kong, Mumbai y Shanghai suelo reencontrarme con nombres y recuerdos de portugueses y españoles.
Y es que en un pasado no tan lejano, en un tiempo en el que los países ibéricos dominaron los mares, marinos y misioneros, paisanos nuestros, llegaron a Oriente, con sus exiguos macutos cargados de ilusión y sueños…
Hoy la cita es: «Cuando los hombres buscan la diversidad, viajan» Wenceslao Fernández Floréz