Como casi siempre que vuelvo de un viaje, mis sensaciones se cruzan en los extremos y van de la felicidad por lo vivido a una cierta melancolía por la vuelta a casa. Se baja el telón y toca cerrar la sesión, y casi todo es ya pasto del recuerdo.
Ahora que la función ha acabado es cuando se repite el acto de acariciar de nuevo las libretas de notas y los libros que me han acompañado y ver como la mochila se queda vacía y huérfana, rumbo a un armario oscuro donde no hay colores ni aventuras.
Tiene su gracia aquello de sentir de lleno lo que queda atrás, en gentes, lugares, culturas, sabores, olores y momentos. Reposo y cansancio, sedentarismo y nomadismo, pasado y presente, soledad y compañía. Palabras todas ellas que a veces parecen huecas y que se las lleva en viento, pero que en cierta forma son algunas de las contradicciones que tiene el que esto escribe.
Ya se sabe que al final el tiempo es efímero y todo ello va formando un conjunto de vivencias que ahora son ya solamente recuerdos que parecen sacados de un sueño. Supongo que siempre he visto el viaje como algo especial y romántico que va más allá del propio acto de hacer turismo. El desplazamiento siempre lo he sentido como un acto de búsqueda y de aprendizaje, no solamente en una huida de esa zona peligrosa llamada la rutina. En cierta forma, el viaje y las miradas orientales son algunas de mis formas básicas de sentir mi vida en el mundo y verme en un escenario global lleno de gentes, historias, culturas, experiencias y aprendizajes.
No son pocas las veces que un libro me invitó a partir rumbo a un lugar, y es que ya se sabe que para lo bueno o lo malo, uno tiene parte del sabor híbrido que forman la extraña y peligrosa mezcla del cocktail entre los kilómetros recorridos y las páginas leídas.
Durante años he ido acumulando experiencias, vivencias y viajes de diferente índole, mientras, el mundo sigue girando a su manera y con ello uno va circulando por sus caminos, unas veces marcados y otras creándolos uno mismo.
Quizá es fruto de eso que algunos llaman madurez, o probablemente sea todo lo contrario y simplemente se trate de una curiosidad infantil que con el paso del tiempo acopla la experiencia con la realidad práctica y con algunos toques de intereses intelectuales bañados en aires históricos y humanistas.
Cuando me embriago de viaje y pienso en ello, me vienen rápidamente a la memoria algunas de las palabras que he leído recientemente a Robert D. Kaplan: «el trayecto que recorre un viajero no es solamente espacial, puede ser también histórico, literario e intelectual»
Encontrar esa y otras frases lapidarias de Kaplan durante las pasadas semanas no ha sido algo casual, es algo que me ha llegado quizá para poner un poco de orden en muchas cosas que hasta entonces solamente eran reflexiones. Sin quererlo, durante los últimos años he empezado a ser consciente de algunas realidades que en cierta forma han ido condicionando parte de mi vida, de mis viajes y de mi curiosidad por ciertas partes del mundo.
Vuelvo a Kaplan, es imposible no darle vueltas a la cabeza cuando releo esa frase que tengo subrayada en mi libreta: «Estos nombres empezaron a resultarme familiares después de mi primera visita y cada día lo serían más a lo largo de las siguientes décadas, hasta convertirse en elementos de mi propia vida»
Y uno ve de nuevo como se cruzan y mezclan las contradicciones entre lo imaginado, lo leído, lo vivido y lo que realmente hay allí. Miro a Oriente y siento muchas cosas, veo parte de mi vida, con algunos caminos recorridos y otros muchos por recorrer, vislumbro rostros que tengo en mi vida y otros que quizá un día no muy lejano se van a cruzar.
Ahora que el último viaje es ya historia, es cuando me da por pensar en la necesidad de seguir creando preguntas y buscando repuestas, aunque estoy seguro que algunos kilómetros y letras quizá me lleven de nuevo a la casilla de salida…
Hoy la cita es: «El libro me había dado una vocación, una dirección, un destino. Leer es aprender sobre el contexto histórico en el que hemos crecido» Robert D. Kaplan
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