Escribo ahora mismo desde el ferry nocturno que me lleva desde Montenegro a Italia. Atrás han quedado estos sensacionales tres meses de viaje a través de los Fantasmas Balcánicos y el Tiempo de los Regalos. Con esos juegos de palabras homenajeaba dos libros importantes en mi vida como fueron el de Kaplan y el de Leigh Fermor . Gracias a libros como esos y a una vieja mochila he recorrido con mucho interés algunos de los rincones de esta parte del mundo. Viajes que me ayudan a aprender, a conocer algo del mundo, de sus gentes, y al final en definitiva de uno mismo. Un viaje que de forma circunstancial ha llegado en un momento necesario en mi propia vida y que me ha ayudado tanto a olvidar algunas cosas como a proyectar nuevas ilusiones .
Decía la legendaria cita viajera que «los viajes se recuerdan mejor en amigos que en millas» , una vez más el humanismo ha impregnado una forma de viajar y en defintiva de ver la vida. Ahora, cuando surco las aguas del Mar Adriático recuerdo a toda esa gente que me ha ayudado y con la que he compartido momentos y emociones.
Algunos de esos encuentros son con personas que aparecen casualmente en los caminos , lo hacen con una sonrisa o un detalle cuando menos te lo esperas o más lo necesitas. Aparecen bajo la estela de un parque , de una tasca, de un tren o de una estación y expresan lo mejor del ser humano. Otros nombres permanecen ligados de forma indisoluble con el propio viaje y son un recuerdo de todo lo experimentado y vivido en el camino. Son esas personas las que impregnan con mucha intensidad algo de nosotros mismos y muchas veces representan la verdadera bondad de los extraños , de los viajes y de la propia vida.
Sentado leyendo hoy frente al mar estuve anonadado viendo el majestuoso atardecer y sintiendo en carne propia parte de los recuerdos que he vivido estas semanas de viaje. Cerraba emocionado los ojos y me llegaban imágenes , así era como no pude hacer otra cosa que sonreír ante el lejano e inabarcable horizonte del mar.
En esos momentos como sin quererlo aparecieron desde un cercano bar algunos de los sonidos de canciones que me han acompañado en la banda sonora de mi vida. Y como si de otra mágica casualidad fuera me veía leyendo un libro sobre aquellos fatídicos años 30 del pasado siglo cuando el bueno de Patrick Leigh Fermor atravesaba Europa con una mochila al hombro.
Allí sentía la crueldad de Alemania con el infame auge del nazismo y de lo peor del nacionalismo . En aquellos convulsos tiempos era cuando el bueno de Paddy empezaba un viaje legendario que le iba a llevar a la vieja Constantinopla y que posteriormente sería una de las mayores obras maestras de la literatura viajera. Una obra eterna que como los grandes libros ha conseguido iluminar vidas, alumbrar sueños, educar humanísticamente y reinvidicar el viaje como una escuela de aprendizaje insuperable.
Lagos, mares, montañas, pequeños pueblos, ciudades de provincias o inmensas megalópolis forman el espejo de aquellos regalos que pude vivir en mis carnes y que de forma directa me llevaron a honrar la memoria del legendario viajero inglés. Pero sobre todo, el tiempo de los regalos era un viaje que honraba una forma de viajar pausada y donde el humanismo, la cultura , la Historia y los aprendizajes de las gentes anónimas eran la verdadera recompensa. Ahora ya estoy preparado para leer ese libro de la tercera parte del tiempo de los regalos que honra al mito, leerlo en unos meses tras conocer algo de las tierras y gentes de Rumania y Bulgaria antes de llegar a la espléndida y majestuosa Constantinopla.
Sobre los sueños de aquellos viejos libros que aparecen en el camino de la vida se incrustan los viajes que conforman parte de lo que somos y probablemente seremos. Aquel legendario libro de las Odas de Horacio era el que Fermor llevaba en la mochila, no era algo casual, el humilde viajero autodidacta reinvindicaba un canto a la vida, al Carpe Diem y a la mejor juventud que no depende de la edad que marca el pasaporte sino que va ligada con la del corazón.
Surcando los mares escribo en estos momentos, estoy viendo con una sonrisa como brilla la estela trotamundos del bueno de Corto Maltés en el horizonte. Detrás quedan viejos castillos que se cruzan con majestuosos monasterios , los reflejos del mar se acoplan a los ríos y lagos que brillan con el esplendor de su luz propia y del majestuso sol que me regala mágicos atardeceres. En las bellas montañas veo entre los bosques y el agua como el verde natural y la sombras me cobijaron bajo un precioso color en el que se refleja la felicidad.
De fondo siento los olores, sabores y colores de todos los pueblos y ciudades que me llevaron en volandas a una mágica y eterna Constantinopla donde me sentí embelesado bajo el puente que une a Europa y Asia . Fue allí donde descubrí la magia eterna , un lugar donde se cruzaban todos los caminos recorrido con los libros libros leídos y con los sueños pasados, presentes y futuros.
Cierro la mochila y doy los primeros pasos de un nuevo camino en el que se divisan unos nuevos horizontes de futuro . A lo lejos queda la estela de un viaje cuyos recuerdos son ya instantes mágicos e imborrables que siempre van a ser el tiempo de los regalos que nos ha dado la propia vida y la gente que nos quiere…
Hoy la cita es : “ El viaje debe hacernos más humildes “ Manuel Leguineche
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