Llevo un par de días en Skopje, una capital de las que no aparecen nunca en los telediarios y tampoco en ninguna agencia de viajes, un nombre que la mayor parte de universitarios de España no situaría en el mapa. Aunque Skopje ejerce como capital de Macedonia, la verdad es que tiene poco de capital y sus aires son provincianos a más no poder y quizá por ello es por lo que me he sentido a gusto. La ciudad no destaca por su belleza ni por tener nada especial que hacer, pero yo me siento muy bien al estar aquí.
La parte vieja de Skopje huele a la herencia del turco, al té de sus cafetines, a los sabrosos panes y a carne a la brasa que nada tiene que ver con los Kebah que conocemos por nuestras latitudes. Las calles principales de la parte nueva en cambio me recuerdan a otros lugares del Este, con las típicas terrazas de cafeterías que ponen la música a toda pastilla para que se pueda escuchar en toda la manzana a la redonda. Veo los jóvenes rostros que muestran el tedio y la rutina de la gente que ve pasar el tiempo de la juventud y de la vida en los mismos lugares de siempre mientras toma helados, cervezas y cafés.
A veces me siento confuso cuando cruzó el puente desde la parte vieja a la nueva, parecen dos mundos opuestos y se nota parte de la herencia, del pasado y de los conflictos. También ha sido inevitable toparse con dos iconos que los políticos de turno intentan resaltar como nacionales: la Madre Teresa de Calcuta y Alejando Magno. Sin entrar en detalles sobre la nacionalidad de las dos figuras, es evidente que cualquier excusa es válida para recuperar a supuestos referentes de la patria.
Buscar reafirmar la identidad nacional es casi siempre un ejercicio programado para re-inventar la historia, y aquí tampoco va a ser menos, son cosas que pasan en las nuevas naciones y repúblicas que surgieron de la desintegración del Este de Europa. Ya lo viví en países artificiales de la antigua URSS como Uzbekistán o Kirguistán y también lo he visto en territorios balcánicos, cualquier cosa vale para poner la bandera propia al nombre y rostro de alguien de renombre mundial que sea una figura histórica conocida más allá de las fronteras locales.
Sin duda lo que más me ha gustado de la ciudad es la parte vieja, con sus mezquitas, las calles estrechas y diversos rincones que me hicieron recordar a la parte vieja de Sarajevo. La imagen que me queda de la ciudad es confusa y me da para pensar en demasiadas cosas del viaje que está terminado. Ayer disfruté muchas horas en la parte vieja sin hacer nada en especial, durante horas pude leer y escribir en calma con muchos vasitos de té, viendo los rostros que tenía enfrente y escuchando varias veces la llamada a la oración. Pude también echar la vista atrás y releer muchas de las notas que marcan los tres meses de viaje que llevo por los Balcanes.
Hoy me crucé intencionadamente con decenas de universitarios cuando salían de clase y me maravillé de nuevo ante la diversidad y el espectáculo de saborear un té cuando se produce la llamada a la oración. Releo de nuevo las notas de mi Moleskine con los comentarios que ayer me dejó un joven sobre las dificultades de la realidad económica y social del país. Pienso sin quererlo sobre las oportunidades y la vida que me hubiera tocado llevar si el azar de la existencia me hubiera hecho nacer aquí.
Cae la tarde y saboreo una cerveza ante el ocaso del sol, aquí al igual que en otros países del Este se ven bellas mujeres y coches de alta cilindrada con la música a toda pastilla. Al final uno le va pillando el gusto y la diversión a algo tan sencillo como sentarse en una terraza para ver caer la tarde y encontrarse con la diversa fauna local. Pienso en lo que hay detrás de los rostros que tengo delante, en sus vidas, en la de sus familias y en aquellos tiempos en que Macedonia y los países vecinos formaban parte de aquella Yugoslavia cuyo baloncesto maravilló al mundo durante décadas.
Algunas caras marcan la diversidad de los Balcanes, la altura muestra el carácter eslavo y muchos otros rostros podrían pasar perfectamente por el de amigos italianos o españoles. También hay obviamente un toque turco que resulta embriagador y recuerda la mezcolanza y el caos histórico de todos los territorios balcánicos.
Si antes fue la horrible arquitectura comunista de moles grises, ahora las obras son de nuevos edificios horteras y estrambóticos a más no poder, lo duro es verlos junto al río. Una parte vieja y otra nueva, y mientras pienso en ello recuerdo los comentarios del chico de ayer en la que me comentaba sobre las dos partes de la ciudad y como para algunos todavía siguen siendo foco de división y tensión entre dos culturas.
La última cena en la ciudad la pasé con una pareja argentina que llegó al Shanti Hostel y que estaban acabando su viaje por Europa antes de poner rumbo a Nueva Zelanda para empezar una nueva vida. Llevaba varias semanas sin hablar en español y al final fue agradable cenar con una pareja que iba rumbo a las antípodas con sus mochilas llenas de sueños.
Amanece y voy temprano para la estación de bus donde compro mi billete para Ohrid. Ya voy asimilando que es uno de los últimos billetes que voy a comprar durante el presente viaje y aunque parece que fue ayer, veo que la aventura va llegando a su fin.
El azar hace que me me siente al lado de una mujer a la que no logro calcularle la edad, pueden ser sesenta o quizá cincuenta, y como en otros lugares de la antigua Yugoslavia no logro identificar si es católica, ortodoxa o musulmana. Sus rasgos hermosos marcan la mezcla de un país que existe pero también de otro inexistente en el que ella vivió durante una gran parte de su vida. Su hermoso rostro conserva la belleza de las mujeres del Este pero tiene unos ojos y facciones que bien pudieran ser de la Turquía que he dejado atrás. La mujer me sonríe con un Hello y me muestra la sincera mirada de la gente noble y de bien.
La carretera va discurriendo entre hermosos paisajes y cada pocos minutos se produce una parada improvisada en mitad de la nada para subir o bajar a algunas personas. El bus avanza y yo voy cayendo plácidamente dormido para irme al planeta de los sueños donde puedo entrar en diversas ensoñaciones que cruzan realidad y ficción para recordarme que la Macedonia no solamente es una mezcla de frutas….
Hoy la cita es: «La historia es la esencia de innumerables biografías.» Thomas Carlyle
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